30 de enero de 2012

Mi octava maravilla


No sé cómo funciona, tampoco sé si me interesa. Traté de no pensar mucho en el viaje de vuelta, dejé un par de lágrimas en San Nicolas y una risitas allá por Pacheco. Apoyé un pie en suelo porteño y todo cambió, siempre.
Sabía que me tenía que quedar, me costó más que otras veces irme. No porque lo ame y lo necesite al lado mio siempre, sino porqué sentí que me necesitaban allá, más que nunca... Y acá, acá siguen asfixiándose en el asfalto. Miré más a los ojos de mi abuela y guardé cualquier tipo de gesto de mi princesa y partí rumbo a lo no tan desconocido.
Y ahora es cuando puedo responder que voy a hacer... ahora que esta a 500 km de distancia. ¿qué voy a hacer entonces? no sé, descubrir qué es amar y seguir mirando el mismo cielo tratando de encontrar nuestra estrella.
No quería quedarme allá y odio convivir con mi Buenos Aires querido. Quiero flotar en un mundo apagado como lo hice esas noches de estrellas y besos, flotar en medio de todo. Exijo que no existan distancias, contratiempos, ni permisos ni deberes morales.
¿Por qué lloras si estas feliz?

Puede que seas lo más perfecto, lo más triste y hermoso que me haya pasado, puede ser...
Puede que nunca esté donde deba estar, tampoco donde quiera estar. No digo que no pertenezca acá ni allá, a veces llego a pensar que mi corazón necesitar estar dividido en dos. Un poco acá y demasiado allá...

No voy a poder leer mi futuro, por más que convoque a cien mil brujas pero capaz que pueda soñarlo y hacerlo realidad una vez más.