13 de diciembre de 2011

Hasta el fondo de mi.



Nunca, nunca, nunca somos lo que mostramos. No vivo en una mentira, ¿o sí? ¿Hace falta demostrar todo el tiempo lo que realmente soy? Nunca lo hago. Pocas veces vomito lo que me da vueltas en la cabeza. Hay gente que escribe libros, blogs, hace películas sobre lo que es o fue. Sin vergüenza, con valor de mostrarse. Si algunas personas pueden hacer eso, yo por lo menos puedo escribir una breve nota. No sería publicar lo que soy, porque lo más probable es que la lea solo yo unos meses más adelante...
Mis ojos ven, mi piel siente. Mi mente procesa y separa en dos; lo que se queda y lo que suelta mi boca. Así es desde hace un tiempo, desde que me doy cuenta de como gira el mundo.
Lo que decide salir es lo más simple de entender, lo que tiene un par de palabras de equivalencia. Lo que no resulta malo ni raro, nada dañino.Lo que se queda, es eso que se agiganta y rebota en las paredes de todo mi cuerpo. Eso que uno siempre dice "lo gritaría a los 4 vientos" pero no lo hace ni en pedo. Lo voy a admitir al fin y al cabo es lo que siento.
No por nada mis brazos tienen cicatrices. No por nada subo a la balanza todas las noches. La felicidad y orgullo de mi misma se juntan cuando marca 40. Cuando todo lo que odié se va, desaparece simplemente. Siento lo que siempre quise para mi, un alivio en mi cabeza. Uno menos, para mi es mucho más. Puede que me pesen los brazos, las piernas y el cuerpo, mis ganas de soñar todo el día se anoten y el humor es totalmente particular. Siento más vitalidad pero no la tengo, no puedo gastar lo que no tengo, y amo no tenerlo. Floto con la bruma de una pureza, con ese alivio de vivir del aire. Orgullo de por fin lograr lo que en años no pude.
A veces me alegro y después maldigo el porque no puedo devolver lo que había unas horas antes en mi plato. Sería una idiotez más cumplida, un logro más en mi vida. Mia.
Puede que un poco me preocupe, el tener más charla con un grupo de "princesas" virtuales que con mis amigos de corazón. Puede que me angustie y mucho.
No creo tener una patología, en verdad que no lo creo, porque sé de que se trata esa enfermedad y no creo ser así. Rechazaba comida para sentirme mal, y ahora me siento mal y rechazo la comida. Todo funciona a la perfección. La perfección.
No voy a mentir, pero me di cuenta que me levanto pensando en mi peso. Estudio y pienso en como mi cuerpo se enrolla al sentarme. Camino y pienso, me baño y lloro. Lloro y pienso todo el tiempo. Cuento calorías y mi cerebro se retuerce en mi cabeza.
Aprendí a rechazar lo que me gusta, y no solo con la comida. Me ataco en pensamientos sobre mi realidad, deformo el mundo a mi manera si es real o no. En como veo las cosas, en como me ven. Ojos que me apuntan con la mirada, fija clavada en mi cuerpo. Palabras vacías, perdones, distancias, esfuerzos sin llegar a nada, sueños. Si pusieras un micrófono en mi mente cada vez que pruebo un bocado sería peor que escuchar un tema de un grupo de metal chino acompañado con cacerolas, menos mal que eso no existe.
Lo pienso todo el día, noche e inmensidad, pero me cuesta hablar y escribir con fluidez y poesía sobre esto. Porque sé como se ve para el resto. Me da vergüenza porque sé que no lo parezco, pero para que sepan, hace cuatro años vengo teniendo todo esto atado a la garganta.
¿Porqué decidí escribir? Creo que me da orgullo el saber que puedo controlar mi cuerpo, que sepan que lo que soy capaz de hacerme. Y al mismo tiempo me rechazo por eso. O, hagamoslo simple, dejé de fumar y estoy hecha una loca hija de puta.
Debe ser por eso que hace una semana que vengo escribiendo esta nota, vacilando en publicarla o no y en cómo hacerla y que poner o no. Pero no voy a pagarme un psicólogo, asíque decidí escribir. No quiero ayuda, no quiero una cura, porque no estoy enferma. Me gusta estar así, como hay gente que le gusta enredarse en sus miserias o simplemente no puede dejar de hacerlo, bueno me pasa lo mismo. Un poco gris y cayéndome, así obtengo mi victoria.
Buena vida.