10 de diciembre de 2010

asd

- La moraleja es, por supuesto, que aquel caballero espléndido acabó seduciéndola. La chica sucumbió.
El viejo señor se levantó de su silla mecedora, caminó hacia el fuego y empujó un tronco con la punta de su pie. Nos dio la espalda por un momento.
- La vio sólo dos veces- dijo.
- Sí, y ahí precisamente está lo bello de su pasión.
Para sorpresa mía, el viejo señor al oír esto se dio vuelta y me miró.
- En efecto, ahí estaba lo bello. Otras- siguió- no habían sucumbido. Él le expuso con franqueza su problema: varias aspirantes también le habían encontrado lo bello a su misterio. Él era todas y de nadie. Ellas eran de él.